“Freud no cree en Dios, porque opera en su línea…" En ocasión de recibir el doctorado honoris causa de la universidad hebrea de Jerusalén, Umberto Eco evocó en su discurso de agradecimiento un pasaje del antiguo testamento: cuando Elías buscaba a Dios al pie del mote Horeb, se produjo un viento tempestuoso. Y Elías creyó ver allí a Dios. Pero Dios no estaba en el viento arrasador. Luego vino el fragor del fuego, y Elías nuevamente miró hacia allí, pero Dios no estaba en el fuego. Se produjo luego un tumulto, pero Dios tampoco estaba entre la muchedumbre. Dios no está en el viento arrasador, Dios no está en el fragor del fuego, Dios no está en el tumulto. La parábola es clara: Dios no está en el estrépito. Si Dios, si esa verdad a desentrañar, no está en el estrépito, está en el silencio. El silencio es una de las figuras de Dios. Por eso en su obra “Lo neutro”, Roland Barthes refiere la siguiente historia: “Una multitud de filósofos se había reunido con gran aparato en presencia del enviado de un rey extranjero, cada uno de ellos se esforzaba por mostrar su sabiduría para que ese enviado, formándose de ellos la más alta idea, hiciera un bello informe sobre la maravillosa sabiduría de los griegos. Sin embargo, uno de ellos no decía nada y no contribuía con su parte; el enviado se volvió hacia él y le dijo: ‘Y tú, ¿no tienes nada para decirme con lo que yo pueda hacer mi informe? –Infórmale a tu amo, le respondió este filósofo, que has encontrado entre los griegos un hombre que sabía callarse.” Inmediatamente, Barthes hace notar la paradoja: el silencio no se vuelve signo sino cuando se lo hace hablar, si se lo acompaña de una palabra explicativa que da su sentido [1]; efectivamente, el enviado del rey habría podido encontrar el sentido sin la explicación del filósofo, sentido que evidentemente no sería unívoco. Podría tomar la forma de “hay también griegos silenciosos”, o “ese silencio es un discurso filosófico”, etc. El silencio es esa pausa en medio del caos, ese real que escapa a toda explicación. En el mundo contemporáneo, la universidad es uno de esos lugares privilegiados que enfrenta el desafío del silencio. Los académicos estamos llamados a librar una batalla peculiar. No somos tan ingenuos como para creer en la ilusión de una torre de marfil desde donde observar el mundo, pero tampoco nos confundimos en el tumulto. Aquí resulta interesante el rodeo que propone Jacques Lacan, quien, a diferencia de Freud, si creía en Dios, pero de una manera peculiar: Lacan se referirá a Dios en términos lógicos, no religiosos. Quiere darle a Dios un lugar en la lógica del psicoanálisis. Dice de Freud que por no creer en Dios es que termina operando en su línea. Freud se dice ateo, tambien se dice judío. El ateísmo de Freud no lo libera de Dios. Aun el ateísmo de Freud, es una posición religiosa. Para Lacan Dios ex – siste, ese término heideggeriano que alude a la existencia, pero que a su vez es fragmentada con un guion, guion que también podemos pensar como barra, con toda la lógica que ella porta. La etimología nos dice que proviene de la partícula “ex”, que significa por fuera de, y “sistere”, que significa sostener: sostener desde fuera. El concepto de ex – sistencia será el organizador de toda la lógica del nudo. En este sentido lo ex – sistente será aquello que, quedando por fuera, sostiene, aquello que por ex –sistir hará consistir. Algo se sostiene al precio de una pérdida, pérdida que a su vez deberá ser registrable. La exclusión funda la existencia. [2] Por eso en el Seminario de la Ética, Das Ding es un primer exterior íntimo, extimidad extranjera a lo simbólico y Cosa hostil en torno de la cual se organiza el andar del sujeto. Para Lacan, Dios ex – siste, en el sentido de ser aquello que queda excluido, una exterioridad que podemos nombrar solo a partir de contornearla. Si no es el ateísmo lo que nos liberará de la sumisión a Dios, se trata entonces de darle un lugar, lo cual supone una escritura, única manera de “no operar en su línea”, para referir a la cita de nuestro epígrafe. Y será el arte el que ofrezca esa posibilidad. En su acepción clásica de circunscribir lo real a través de lo simbólico, el acontecimiento creador puede obrar el milagro de ofrecer una palabra, un gesto para lo innominable del silencio primordial. "No operar en su línea", supone entonces cercar, bordear, cernir su lógica: es hacerlo escritura, es llevarlo al cine. Como en ese pasaje de El séptimo sello, de Bergman, citado en el excelente texto de Agudelo Ramírez, cuando el caballero medieval que regresa de las cruzadas se interroga: ¿Por qué, al menos, no me es posible matar a Dios en mi interior? ¿Por qué prefiere vivir en mí de una forma tan dolorosa y humillante, puesto que yo le maldigo y desearía expulsarlo de mi corazón? ¿Sabes? Estoy a punto de llegar a una conclusión. Creo que Dios es una especie de realidad engañosa, de la cual los hombres como yo no podemos desprendernos (...) O en la versión de Teorema, de Pasolini, comentada agudamente por Amalia Van Aken en su artículo. Allí la figura divina adopta la forma del ángel encarnado por el actor Terence Stamp, evidenciando que Pasolini, como Lacan, creen en Dios. Y es esa misma creencia la que paradójicamente los libera de Él. En las antípodas, cuando la ex-sistencia de Dios se confunde con las instituciones que lo invocan, tenemos la trama de Camino, con la Iglesia Católica denotando no sólo la vida cotidiana de las personas, sino la propia dimensión de la fe y, al decir preciso de Mendizabal y Mateo en su artículo, todos los aspectos que la componen. Es justamente ese anhelo de totalidad el que extravía la propia fe. Pero más allá de estos filmes emblemáticos, las figuras de Dios también se nombran como destino -la diosa Necesidad, Ananké para los griegos, que junto a Tyché (Azar), pretende explicar aquello que está por fuera de lo humano. Allí se inscribe la lectura de la contingencia en Relatos Salvajes, a través del documentado estudio psicoanalítico de Frédéric Conrod, y, desde un marco teórico diferente, la lectura exhaustiva de construcción de personajes en el film Mommy de Xavier Dolan, por Cristina Hernández-Carrillo de la Higuera y Francisco Javier Ruíz del Olmo. Las distintas lecturas que integran este número de Etica & Cine Journal nos recuerdan finalmente que el estatuto del inconsciente es ético, y que el Juicio Final, ese último acto del plan de Dios para nosotros sus criaturas, debe ser invertido. Sacarlo del más allá religioso y ubicarlo en el más acá del deseo. El postulado de Lacan: “Dios es inconsciente” se ubica allí. El inconsciente es el lugar de inscripción de nuestras faltas con el deseo, y nos lo hace saber a través de su insistente emergencia en sueños, síntomas, actos fallidos. ¿Para qué entonces el recurso al cine? Para enfatizar que lo que hacemos se contabiliza en algún lado: en nuestro inconsciente. Y este nos pide que saldemos las cuentas con el deseo allí donde no atinamos a decidir. No haber arreglado las cuentas con el deseo tiene la consecuencia de una muerte que es previa a la muerte biológica: la muerte en vida al deseo que nos habita, con la condena al infierno de la inhibición, el síntoma y la angustia [3].
Jacques Lacan, 1974
NOTAS
[1] Roland Barthes (2004), Lo neutro. México: Siglo XXI Editores, pág. 51
[2] Miriam Bercovich: Una aproximación a la cuestión de Dios en Freud y en Lacan. Escuela Freudiana de Buenos Aires, Mayo 2000.
[3] Ver Eduardo Laso y Juan Jorge Michel Fariña “El Seminario de la Ética a través del cine”, Letra Viva, 2017.