Haga palabras cruzadas. Con este consejo a un joven psicoanalista, Jacques Lacan introdujo sesenta años atrás el segundo apartado de su artículo Función y campo de la palabra. Y fue Gabriel Rolón, uno de los jóvenes profesionales que sigue su enseñanza, quien tomó el guante y tituló justamente “Palabras cruzadas” a uno de sus libros. Lo hizo con la siguiente argumentación: Palabras Cruzadas. Esa es, en definitiva, otra manera de describir un proceso analítico: como una sucesión de palabras que se cruzan a partir del dolor de un paciente y que, con el deseo, la claridad y el valor necesarios, pueden conducir al develamiento de una verdad capaz de cambiar para siempre la vida de un sujeto. El libro es continuación estilística y metodológica de uno anterior “Historias de diván”, que constituyó desde su aparición en 2005 un acontecimiento editorial y cultural. Las trece historias de vida reunidas en ambos volúmenes no han sido según su autor el fruto de un capricho literario, sino que están inspiradas en casos reales, en relatos de personas que le han confiado la conducción de sus análisis. En 2012, esas historias, junto a una decena más de casos están siendo llevadas a la televisión a través de un emprendimiento de Yair Dori, el productor argentino-israelí que revolucionó la concepción televisiva de Medio Oriente. Por primera vez, una serie de relatos clínicos llega a la pantalla, abriendo un desafío ético y estético tanto para los medios como para el psicoanálisis. ¿Cuál es la responsabilidad, deontológico-profesional y subjetiva de un psicólogo que se dispone a semejante apuesta? El martes 15 de mayo de 2012 tuvo lugar en la Universidad de Buenos Aires una conferencia abierta de Gabriel Rolón en la que se discutieron algunas de estas complejas cuestiones ético-clínicas. Lo acompañaron en la presentación Yair Dori, gerente de la productora a cargo del proyecto, y Moty Benyakar, presidente de la Red UNESCO de Ecobioética –The International Network of UNESCO Chair in Bioethics– consultor del proyecto en cuestiones éticas. El evento tuvo lugar en el Aula Mayor de la Facultad de Psicología, en el marco de las actividades teóricas de la cátedra de Ética y Derechos Humanos ante un auditorio que siguió con atención las ponencias y que participó activamente en la ronda de discusión posterior. Se abrieron allí tres dimensiones de la responsabilidad que interesa subrayar en este breve comentario: social-empresarial, deontológico-profesional, y la que llamaremos aquí subjetiva. Responsabilidad social empresarial La primera de ellas atiende a la estrategia de la productora Yair Dori, que se propone realizar un programa no sólo de buena calidad artística, sino que además cubra parámetros de interés cultural y de valores éticos. Para ello confía la adaptación de los libros al propio autor en colaboración con Marcelo Camaño, uno de los guionistas más serios y comprometidos, responsable en su momento de la serie Montecristo, que marcó un punto de inflexión en la televisión argentina. En cuanto al director, siguiendo con la tradición de que las series de calidad deben convocar a grandes cineastas, se ha elegido a Juan José Jusid, director emblemático del cine nacional, con obras como “Los gauchos judíos”, “Made in Argentina”, “Plata dulce”, “Bajo bandera”, entre muchas otras. No menos cuidada fue la elección de los actores, partiendo de Jorge Marrale en el rol del terapeuta, al frente de un destacado elenco. Pero el dato realmente novedoso es la convocatoria al asesoramiento de una institución, la Red Iberoamericana de Ecobioética, que integra la International Network of the UNESCO Chair in Bioethics. Se busca así establecer una articulación entre los valores que trasunta la serie y los principios de la Declaración Universal de Bioética y Derechos Humanos (UNESCO, 2005). Responsabilidad profesional La segunda dimensión de la responsabilidad hace referencia a los recaudos que toma un psicólogo cuando decide que sus casos clínicos inspiren artículos científicos, libros de distribución masiva o programas televisivos para la gran audiencia. Interesa a los fines de este comentario mencionar algunas de estas iniciativas seguidas por Gabriel Rolón, explicitadas durante la presentación: (a) ficcionar los casos de manera tal que, sin perder verosimilitud clínica, se minimicen los datos que puedan llevar a identificar a los pacientes –la narrativa literaria, las creaciones cinematográficas de los guiones y la labor de los actores contribuyen decididamente a ello. Sigmund Freud aconsejaba ocultar datos que no son relevantes y brindar en cambio los que sí interesan pero nadie conoce, de modo que como alguna vez lo sugirió el psicoanalista Jacques Lacan, sólo el propio paciente pueda llegar a descubrirse en esa ficción; (b) con el material así ficcionado, solicitar no obstante el consentimiento informado de los pacientes, a quienes se entrega el texto para que den su aprobación –estando dispuesto el terapeuta a retirar el caso frente a una negativa o incluso ante una duda o vacilación de su paciente; (c) asegurar que todos los derechos sobre el material queden en manos del profesional, quien sigue siendo responsable frente a los pacientes en cuyo testimonio clínico se inspiró para sus creaciones; (d) supervisar el dispositivo ético-clínico llevado adelante, posibilitando un espacio en el que la situación pueda ser permanentemente problematizada. Responsabilidad subjetiva Resta finalmente un tercer nivel de la responsabilidad, que llamaremos subjetiva. Atiende a ese lugar intangible en que para un analista su práctica está siempre interpelada y puesta en riesgo. Cada vez, ante cada apuesta clínica. En ese punto no existen coartadas. El terapeuta puede presentar sus casos de manera sobria, procurando que el paciente se sienta cuidado en el relato y perciba genuinamente que su difusión contribuye al bienestar de otros. Puede incluso asegurar que las historias reflejen, aunque sea parcialmente, la resolución de los conflictos que motivaron la consulta –debido ello a la justeza de las intervenciones del analista. Pero la verdad última emergerá de las vicisitudes de la transferencia. Estamos en el terreno de la contingencia y resulta imposible calcular la potencia de una intervención. Sólo a posteriori se podrá dar cuenta de eso que con propiedad puede ser llamado un acontecimiento.
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