¿Cómo hablar de esta película? Si de encuentros se trata, tal como lo propone este Ciclo [1]que en su aniversario de diez años ha decidido llamarse “Encuentros”, podría asegurar que mi encuentro con esta película no fue sin consecuencias. No dejo de percibir la redundancia en la que caigo cuando digo: “mi encuentro con esta película no fue sin consecuencias” como si un encuentro pudiera no tener consecuencias. Digamos que cuando no hay consecuencias es porque no hubo encuentro. Partiría, si me permiten, de esa premisa básica. Para hablar de encuentro algo tiene que pasar, mejor dicho, algo tiene que pasarnos. Lo que me pasó a mí se presentó como una pregunta: ¿Cómo hablar de esta película? ¿Cómo decir lo que ya está bien dicho por la película misma? ¿Cómo hacer un comentario que no desvirtúe, que no redoble lo que el film nos ofrece? Si no se trata simplemente de dar sentido, si no se trata de hacer entrar en el orden de la razón lo que el arte resguarda como irrazonable, si no se trata de decir lo que el arte resguarda como indecible, si en definitiva, no se trata de interpretar sino de dejarnos interpelar ¿No es una rareza entonces encontrarse confrontado a la pregunta de cómo hablar de un film? Sin ánimo de responder aquí lo que por otro lado solo alcanzó a esbozarse como una pregunta, intentaré igualmente decir algo un poco más advertida quizás de la complejidad de la tarea. Porque entiendo que de lo que se trata no es tanto hablar desde el saber, esa es en todo caso la posición del psicólogo de la que Lacan nos advierte en el Homenaje a Marguerite Duras (1965), sino más bien hablar desde de lo que ha sido interpelado en uno mismo. Si tuviera que cernir en qué punto me conmovió este film, en qué punto me interrogó, empezaría por el título. Ustedes saben que la película es la adaptación de una novela escrita por Muriel Barbery. Aunque la película haya sido traducida por El encanto del erizo, no pude evitar tomar el título de la novela: La elegancia del erizo. Que un erizo sea encantador puede pasar, como sucede con las mascotas. Más allá de cualquier estética son encantadoras simplemente porque las queremos. Pero que un erizo sea elegante… ¿Acaso no se deja escuchar allí algo del orden de una cierta ironía que separa de un golpe la elegancia de cualquier apariencia y que nos interroga en el punto de poder precisar por dónde pasa la elegancia? Si un erizo puede resultar elegante ¿Qué sería eso que lo vuelve elegante? Avanzo un poco más. Si como dice Paloma (Garance Le Guillermic): “Todos somos erizos pero no todos somos elegantes” ¿Qué hace, me pregunto, que algunos logren ser elegantes y otros, no? Todo erizo debe tener en el fondo su tesoro escondido detrás de las espinas ¿Acaso es la cualidad de su tesoro? ¿Hay tesoros elegantes y otros no? ¿Qué dirían ustedes, Paloma pertenece a la especie erizo elegante o erizo sin elegancia? ¿Y Renée (Josiane Balasko)? Para que esto no quede librado a la subjetividad de los distintos gustos, ¿Qué sería lo que nos permitiría acordar sobre el valor estético de algo o de alguien? En fin, es el punto de la elegancia, es el punto de la estetización, lo que me interroga. Entre Zazie y Antígona Bien, pero vayamos a la película. Paloma me hizo acordar a Zazie, aquel maravilloso personaje de la novela de Raymond Queneau. Zazie, que también era una niña, paseaba por Paris exclamando a cada paso: mon cul, me importa un carajo. Invitada a conocer Los Inválidos, la tumba de Napoleón, dice así: “Napoleón, mon cul. No me interesa en lo más mínimo ese presumido con su sombrero ridículo”. Los emblemas, las tradiciones, las buenas y sanas costumbres, en definitiva todo lo que es producto de la cultura, todo le importa un carajo. Zazie con su cinismo y Paloma con su heroísmo trágico hacen lo mismo, denuncian las peceras. Nos confrontan con lo absurdo, con nuestro propio absurdo. El problema de las peceras es que parece que se avanza pero en realidad se gira en redondo. Para colmo, al parecer no dejan ver mucho que digamos lo que pasa afuera porque solo reflejan lo que está adentro. Le hacen creer al pobre pez que no hay nada más allá. Debe haber pocas cosas que reflejen mejor el cruel destino que nos depara la adaptación. La pecera, tal como Paloma lo denuncia, se empeña por encerrarnos en el mundo de lo estrictamente razonable, ese que no admite serios cuestionamientos. Quizás no sea solo una simple casualidad el hecho de que tanto Zazie como Paloma sean mujeres. El psicoanálisis nos ha enseñado que esa dimensión incivilizada que cuestiona radicalmente el orden de las cosas, es una dimensión fundamentalmente femenina. Nuestra pequeña heroína trágica del siglo XXI está dispuesta incluso a dar su vida para ello. Es una Antígona hecha y derecha. Su Everest, que es su película —la que ella filma— y su muerte final, tiene el sentido de hacer evidente el sinsentido. Sin embargo, finalmente no se suicida ¿Por qué? Un encuentro contingente, como suelen ser los encuentros, la atraviesa, la divide, la interroga al punto de conmover todas sus certezas. La cito: “¿Se podría leer mi destino en la frente? Si quiero morir es porque creo que sí. Pero, si pudiera uno convertirse en lo que todavía no es, habría sabido convertir mi vida en algo distinto?”. Allí se escucha una vacilación. ¿Qué fue? ¿Qué fue lo que la hizo vacilar? ¿Qué fue lo que hizo trastabillar todo su plan? ¿Qué fue lo que le permitió pensar que quizás pueda haber algún otro destino para ella que no se reduzca a la muerte o la pecera? ¿Qué fue lo que le permitió pensar que quizás ella pueda convertirse en algo que todavía no es y que eso depende de ella… que no está trazado por ningún destino? ¿Qué clase de encuentro puede provocar una conmoción semejante? El encuentro con un erizo, mejor dicho con la elegancia de ese erizo. El encuentro de un encuentro El encuentro entre Paloma y Renée es el encuentro de un encuentro. Quiero decir que si Paloma ha podido encontrarse con Renée es porque Renée a su vez ha sido conmocionada por otro encuentro, el encuentro con el amor. La Renée con la que Paloma se encuentra no es solo la que nadie ve, la que está tan bien escondida detrás de sus espinas, sino también y fundamentalmente la que se deja atravesar por el amor, que se deja debilitar por el amor, que se deja humanizar por el amor. La que ha tenido que deponer sus defensas, sus espinas para volverse Otra para sí misma. La metamorfosis de Renée, esa que el amor puede operar en las personas, y cuando digo el amor me refiero también al amor de transferencia, es lo que nuestra heroína no deja pasar. Es eso con lo que se encuentra. Es esa es la elegancia que la alcanza, que la toca, que la afecta y que a su vez la transforma también a ella misma. No bastaba con que Renée amara a través de sus libros encerrada en esas cuatro paredes. Era necesario que tuviera el coraje de salir de allí y amara en la vida real. No bastaba con que Renée fuera un tesoro escondido en el fondo del cuartito. Era necesario que ella se sirviera de ese tesoro para vivir la vida, para enfrentar la vida. Servirse de la propia singularidad, de ese tesoro escondido que es la singularidad de cada quien. Servirse de eso para llegar al Otro, para relacionarse con el Otro. Esa es —a mi gusto— la elegancia de la que se trata. Porque lo que vuelve elegante, lo que estetiza la singularidad de cada quien es saber hacer con ella. Si tal como lo dice Paloma: “Todos somos erizos en la vida pero generalmente sin elegancia”, tenemos una apuesta, un desafío, encontrar cada uno su propia elegancia. Esa que hace que cada quien deje de temer su más absoluta diferencia y se valga de esa diferencia que es su singularidad para arreglárselas con la vida y con los otros. Parece que hay algo que puede ayudarnos en este camino: dejarnos alcanzar por la contingencia de algunos encuentros. Referencias Lacan, J. (1965) “Homenaje a Marguerite Duras. El rapto de Lol V. Stein”. Intervenciones y textos II. Ed. Manantial. Lacan, J. (1959-1960 [1998]) "La Ética del Psicoanálisis" en El seminario de Jacques Lacan. Libro 7. Buenos Aires: Paidós. Miller, J. (1991-1992 [2002]) “De la naturaleza de los semblantes” en Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alain Miller. Paidós. Waar, H. (2008): "Amamos a aquél que responde nuestra pregunta: ¿quién soy yo? Entrevista a Jacques-Alain Miller” en Revista Consecuencias, junio 2011, Nº 6. Disponible en: http://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/006/template.asp?arts/alcances/Amamos-a-aquel-que-responde-a-nuestra-pregunta-Quien-soy-yo.html
NOTAS
[1] La autora hace referencia a la décima edición del Ciclo de Cine y Psicoanálisis de la Universidad Nacional de Córdoba, realizada en el año 2014, que llevó como título “Encuentros” [N. del E].